martes, 10 de junio de 2014

Y...


El vaquero y su plateado revólver abatieron al indio y éste se desplomó dejando caer su hacha afilada y los espadachines cruzaron el filo de sus espadas e intercambiaron estocadas y de sus heridas brotó blanca sangre de papel y la blanca ballena también sangró cuando el aguijoneado arpón se incrustó en su lomo y su dolor se reflejó en las aguas como el reflejo de Alicia le llegó desde el espejo antes de caer por la madriguera del conejo hacia un mundo imposible al igual que, pese a lo imposible, el cohete aterrizó en la luna y antes el submarino había horadado los gigantescos confines de 20.000 leguas oceánicas y los gigantescos molinos se habían enfrentado al cruzado caballero y los más escabrosos crímenes habían sido resueltos por la mente más inteligente de su caballerosa época, una época posterior al descubrimiento de una isla que albergaba un tesoro, que era pirata y estaba compuesto de piezas y monedas de oro y se hallaba bajo tierra, desenterrado como aquel escarabajo, también dorado y casi olvidado, como todo lo anterior, que ocurrió entre los polvorientos y desordenados estantes de una vetusta librería.