viernes, 28 de marzo de 2014

Continuidad de las puertas


Salió del ascensor en la tercera planta y se dirigió hacia la entrada de su piso (letra B), pero quedó petrificado con la llave entre los dedos. La puerta se encontraba abierta. En realidad, entornada y, lo más inesperado, había una gota de sangre, redonda y brillante, colgando de la cerradura. Y a los pies, como la sombra corpórea de dicha gota, yacía un casquillo. Del interior de la vivienda llegaba una luz amarillenta, fantasmal. Entonces rezó a pesar de que nunca había creído. Rezó y guardó las llaves en un bolsillo de los vaqueros al tiempo que de otro extrajo una navaja. Las bisagras de la puerta crujieron ligerísimamente al ser empujada y dio un respingo. Su corazón latió desbocado. Mientras atravesaba el umbral con lentitud, sus ojos se giraron hacia las profundidades del cráneo y allí vieron el hueco del ascensor, vislumbraron los pasos que conducen hasta la calle y, después, hasta el coche. Al volante viaja seis meses atrás. En esa fecha, él no entra por una puerta sino que aguarda tras ella, escondido dentro de una casa que no es la suya. Su mano izquierda sostiene un revólver. Espera la llegada del inquilino. El zumbido eléctrico del ascensor precede a la víctima. La puerta entornada basta para insuflarle la aterradora idea de que alguien se esconde entre las sombras con el firme propósito de matarle.