viernes, 10 de enero de 2014

El viajante de comercio



Hacía semanas que su editor jefe, el único que aún quedaba en el diminuto periódico, le había indicado que redactase un reportaje sobre la profesión de viajante de comercio, esa figura solitaria y marchita, casi desaparecida. Fran Ruiz lo había ido retrasando, postergándolo por intrascendente. Y es que si a nadie le interesa leer sobre gente aburrida, mucho menos plácida es la tarea del periodista, encargado de investigar a dicha gente aburrida, entrevistarse con ella y luego, encima, escribir un largo texto al respecto.

El caso es que ayer, ya tarde, muy entrada la noche, su editor jefe se hartó y los gritos retumbaron a través de la enana redacción. De modo que Fran Ruiz, periodista descontento, no tiene otra opción que acatar las órdenes y preparar el reportaje hoy mismo. Esta noche ha de tenerlo escrito, una tarea hercúlea que no puede sobrevenirle en peor momento. Precisamente hoy debe asistir a tres ruedas de prensa, todas ellas relativas a temas de poco postín, futuras informaciones relegadas a las páginas pares interiores del diario de mañana; noticias basura pero que él tiene a su cargo. Y Fran se levanta cansado. Su reloj dice que ya no llega a tiempo. Se da una ducha y se bebe un café, le gusta negro, muy negro. Desaliñado sale de casa y se dirige a su primer destino. Cubre con desinterés la presentación de un certamen de alfarería y se desplaza corriendo al lugar en el que a esa hora acaba de iniciarse el acto de apertura de un nuevo centro comercial. Durante el camino reflexiona sobre la figura del viajante de comercio, que siempre va sin compañía de un sitio a otro, que visita medio mundo pero no confraterniza con nadie. Fran cavila acerca de la soledad del viajante de comercio y empieza a no parecerle una vida tan distinta a la suya.


Después de la inauguración, Fran Ruiz vuelve al coche pero la grúa se lo ha llevado, una pegatina reflectante se burla de él desde la calzada. Piensa en llamar a alguien, pero no se le ocurre a quién recurrir. Se sorprende de la poca comunicación que a menudo existe en una profesión como la de comunicador y, además, esto se agrava cuando uno escribe para un medio banal, irrelevante. Todo le parece absurdamente burlesco, contradictorio. Fran camina hasta la última rueda prensa del día, mas al llegar allí, no entra en el edificio sino que permanece fuera y, al rato, sigue andando calle abajo. En su cabeza da vueltas la imagen del viajante de comercio y un dato revelador que leyó hace relativamente poco: es la profesión que cuenta con mayor índice de suicidios… Quizá no sea tan absurda la idea de su editor de escribir un reportaje sobre los infelices y solitarios viajantes de comercio, tal vez incluso sean demasiado similares a los periodistas de los diarios más pequeños e insignificantes.