viernes, 20 de septiembre de 2013

El hombre con rostro

Me hallaba hipnotizado, totalmente absorto. No llegaba a comprender aquella imagen tan confusa que se erigía frente a mí. Ya la había mirado y remirado, había escaneado con mis ojos cada uno de los detalles que la componían, hasta los más insignificantes, sin lograr, en cambio, despejar la duda que me consumía. Me dispuse a radiografiar aquella pintura otra vez, con calma y detenimiento: en ella aparecía un hombre, era un caballero bien ataviado, elegante y distinguido, que contemplaba el mar desde una lujosa terraza. En el horizonte una gran luna despuntaba detrás de varios veleros que parecían acercarse a la costa desde el profundo mar. Todo el cuadro en su conjunto parecía normal, incluso corriente, hasta que volví a fijarme en el caballero retratado; era un hombre sin rostro. No tenía cara, ¿por qué? ¿Qué quería decir aquello? No lo sabía, no lo entendía. Una gran mancha homogénea y pardusca ocupaba el lugar en el que debían estar pintados los rasgos de su cara. “¿Puedo ayudarle en algo, señor?”, un empleado de la galería de arte se me había aproximado, se encontraba contrariado y también preocupado de verme tanto rato parado delante de la misma imagen. Ya me disponía a girarme para preguntarle acerca del sentido y significado de aquella extraña pintura cuando observé, y al hacerlo un profundo sentimiento de pánico me agarró el corazón, que él tampoco tenía rostro, sólo una gran mancha homogénea y pardusca encima de los hombros.